viernes, 16 de abril de 2021

Catacrésis


Su mirada se pierde por la ventana. Dos brazos mecánicos crecen, paralelos, en un horizonte rojizo. El cielo apenas clareándose con la salida del sol. No pegó un ojo en toda la noche, el alcohol no la dejó dormir.

El rugido del motor de un avión la saca del letargo. Entonces, hay aviones, piensa en voz alta, apenas mueve los labios. Estira los dedos y se mira las uñas despintadas. Su mente vuela a París ...el paisaje gris, las hojas húmedas del otoño, la llovizna a orillas del Sena... Si puede vivir en cualquier parte, ¿por qué aún insiste con Buenos Aires? Su último pariente se fue hace un año y en esta ciudad ya no le queda nada. La imagen es recurrente. Sus cuerpos amontonándose en las esquinas, la respiración suya, cerca de su cara... Un recuerdo más que no se cumplió. Recuerdos que nunca sucedieron, dice en voz alta, jugando con la paradoja... 

La luz entra plena por la ventana, el cielo se vuelve celeste.  


 

lunes, 12 de abril de 2021


El río volvió correr como la saliva del perro al sentir el golpeteo de la campana. Era un flujo pequeño pero intenso, de un color espeso que se iba haciendo cada vez más placentero. Se elevó la comisura de sus labios y sus pupilas apenas se corrieron hacia atrás, dejando traslucir el blanco de la esclerótica. La débil corriente eléctrica subía desde los dedos de los pies hasta sus brazos, pasaba entre sus piernas, se deslizaba entre las manos, recorría su pecho y atravesaba su cerebro que es cuando más goce le producía. Su corazón se aceleró igualando el pulso que usó Beethoven para representar a Napoleón exportando la república (antes de arrepentirse). La sinécdoque, juntaba la representación y la vivencia, lo que volvía pero ya no estaba. Sonrió aún más y sus dientes blancos se escaparon entre sus labios.  

domingo, 28 de marzo de 2021

 

Se denomina punto de ignición, punto de inflamación o punto de incendio de una materia combustible al conjunto de condiciones físicas (presión, temperatura, etc) necesarias para que la sustancia empiece a arder al acercar una fuente de calor (fuente de ignición) y se mantenga la llama una vez retirada la fuente de calor externa.

jueves, 13 de agosto de 2020

Entonces todo rastro comenzó a desaparecer, como si eliminándolos el pasado fuese a desaparecer. 

-¿Qué haces?- la interpelé -¿no te das cuenta de que eso fuimos, eso somos...-. Me miró sin dar mayor importancia a lo que le decía. 

-¿Qué me importa?- respondió y prosiguió como un autómata con una misión que llevaría a cabo pase lo que pase. 


Caminé unas cuadras sin decir nada, sin embargo no podía dejar de sentir aquella usina interior que se prendía cada tanto, haciéndome volver, llevándome hasta ese mismo lugar, un muro gigante lleno de trazos heterogéneos, cada uno de los cuales tenía un significado preciso...  

jueves, 26 de diciembre de 2019

La voz

"Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz". Mi madre... la viva.
J.R. 

jueves, 1 de agosto de 2019

Nacimiento de una copla


Mi gusta la cinta verde
Porque es color de esperanza,
Pero más mi gusta el locro
Porque me llena la panza.



Empanadas, picante de mote, asado, guisos, locro, hojas de coca, chicha, vino, jugos, arroz con pollo, kalapo, cordero, cigarrillos. Una combinación de olores y colores maravillosa a punto de ser ofrecidas a la tierra. El viento se encuentra tan ausente que los secretos están prohibidos. Junto al pozo dejo dos cartones de vino Toro -uno tinto y otro blanco, para evitar la monotonía- que compré antes de venir en el único mercado abierto. El pueblo quedó desierto, en las calles solo restan algunos burros perdidos. Una vez más en la cancha de La banda -como si el fútbol sirviera de marco general para todos los intercambios- con un sol de Agosto que raja la tierra y hace necesaria una media sombra para no terminar todos como charque. Es el primer domingo de Agosto y comienza la convivencia por la pacha. Hugo y Delfor están parados frente a un altar improvisado, con sus sotanas blancas intercaladas por unas franjas coloridas bordadas con motivos originarios que les dan un aire festivo.

Todos se separan por comisiones.

-Que nadie quede sin comisión- dice Delfor, viendo a algunas personas que, como yo, todavía pululan sin grupo.

Voy a dar a la comisión de Cáritas, solo porque me encuentro a la profe Mirta que me dice -quedáte acá-. Mirta es una antigua maestra salteña, conocida por todos, que vive en Iruya hace cientos de años, y la encargada de explicarme el funcionamiento del ritual,

-esto es una mezcla entre los viejos ritos incaicos, y los ritos católicos, un… hay una palabra para eso- me mira para que la ayude.
-Sincretismo- le respondo.
-Eso- me dice -un sincretismo. Esto es energía cósmica, se ofrece a la tierra porque luego se transforma en energía que vuelve, nosotros nos comemos a la tierra y sus productos y más tarde la tierra nos va a comer a nosotros y  vamos a volver a ella. Por eso se abre el pozo, a sesenta centímetros de profundidad, y se depositan los alimentos, en agradecimiento, para devolverle- se lleva ambas manos a la cara y se baja los anteojos de sol, para mirarme directamente. -Las ofrendas se dan siempre en pareja, por eso hay que pasar de a dos y juntar ambas manos al ofrecer la comida. Al final de la ceremonia se cubre el pozo con una piedra y al año siguiente se destapa. De acuerdo a cómo se vea así va a ser el resto del año. Si la piedra está húmeda es momento para sembrar o gastar, si la piedra aparece seca mejor cuidarse y guardar-.

Por el cielo se cruza un conjunto de tres nubes, apenas visibles pero que sirven para disminuir la fuerza de los rayos solares por unos minutos. Ni siquiera son capaces de emitir alguna sombra pero generan una sensación extraña, como si algo fuera a suceder. Yo pienso en esa dualidad de las costumbres de las que habla la profe Mirta, en esa relación incierta en la que todo vuelve, en la que nada termina nunca, en la que las oposiciones no son tan marcadas como la cultura occidental quiere mostrar.

El padre Hugo nos mira desde el altar, como diciendo, ya es hora, y Mirta vuelve su mirada al grupo y con una voz pausada y muy dulce, dice:

-Bueno, lo que tenemos que hacer ahora es leer este pasaje (mostrando unas hojas volantes que nos reparte a todos) y después debatir, ¿quién quiere leer?-.

Se ofrece una mujer de unos cincuenta años aproximados con unos lentes angostos y marcos negros. El pasaje seleccionado es del evangelio según San Juan, capítulo sexto, refiere al alimento para saciar el alma en pos de la mediatez individualista y a la trascendencia, y culmina con las palabras: “yo soy en pan de la vida. El que viene a mi jamás tendrá hambre: el que cree en mi jamás tendrá sed”.

El sonido de la lectura de la mujer en el silencio del valle me traslada a mi niñez y a la voz de la radio los domingos, el relato perpetuo del partido de fútbol rompiendo la monotonía y la eternidad de los domingos. Acaba la lectura y nadie dice nada. Mirta abre los brazos, esperando opiniones. Silencio. Pasan varios segundos más y nada. Está todo tan calmo que ni siquiera se escucha el sonido del viento. Entonces yo (solo a los efectos de eliminar otro silencio incómodo) digo:

-El pasaje refiere al alimento como un medio para saciar necesidades espirituales, dejando de lado las materiales-.
-Claro- asiente Mirta. Entonces, una cholita con un vestido rojo plateado incandescente y un pañuelo que le rodea la cabeza y parte de la cara, se anima tímidamente.
-Somos egoístas, no nos gusta compartir, lo queremos todo para nosotros mismos-.

Resulta curioso escuchar esas palabras en personas que están dejando lo poco que tienen alrededor de un pozo cavado en uno de los ángulos de una cancha de fútbol en medio de la nada, para compartir con la tierra y con el resto de los presentes.

Todavía puede verse aquel conjunto de nubes, pero, ya lejos, no sirven para aliviar el sol y sus rayos amenazantes nos dejan rehenes de la media sombra. Otra chica, mucho más joven, de unos quince o dieciséis años, vestida con un jean y una campera verde Adidas, dice:

-El pasaje habla sobre la comida y la importancia del alimento como espíritu, de compartir con todos y con la pacheta-. Mirta lo anota y me pregunta,
-¿Cómo era eso que dijiste?- me avergüenza un poco.
-No me acuerdo.

Las reflexiones se van anotando con un marcador negro en una lámina amarilla que el padre Delfor leerá más tarde, durante una misa, también producto del sincretismo, que nunca podría ser comprendida en una catedral urbana.

-Ahora tenemos que escribir una copla- vuelve a decir Mirta.

A diferencia del debate sobre el evangelio, como si fuese un terreno sobre el que se sienten mucho más cómodas, son varias las que se ofrecen para hablar. La misma chica de campera verde que había hablado antes, recompone una que sintetiza maravillosamente el debate anterior:

Pacha, santa tierra
No me comas todavía,
Mira que soy jovencita
Tengo que dejar semilla.

Es una copla clásica, sin embargo todos actúan como si fuera la primera vez que la oyen. Mirta la anota en la cartulina, como anota todo.

Las nubes desaparecieron por completo sin dejar rastro. El sol sigue apuntando sus rayos quemantes de un fuego abrasador amenazante. Comienza la misa por la convivencia y los padres dejan lugar a una mujer oscura con una voz honda que recita la copla en homenaje a la pacha.





martes, 7 de mayo de 2019

Monedas

Pasa una vez más a mi lado. Me pueden dar una moneda para comprar algo para comer... Camina recto, sin siquiera mirar a los pasajeros, como si no quisiera. Una repetición mecánica, sin vida, sin ninguna clase de compromiso -la cabeza gacha, mirando al suelo-, de tenerlo posiblemente no resista demasiado. Si existe algo que ha logrado este sistema es eliminar el autoestima hasta destruir cualquier cosa que se parezca a la humanidad, y la única forma de soportarlo es la enajenación completa de sí mismo. De este modo todos jugamos el juego de la no-videncia, dosificando la culpa. 

Tendrá sesenta y largos -quién sabe menos, la pobreza tiende a exagerar los años-, sus piernas son tremendamente delgadas, hasta el punto que sus pantalones de tela cuadriculada casi bailan a su alrededor. Camina cual autómata, con una mano estirada, a la vez que pide,  emitiendo un sonido monocorde que repite una y otra vez la misma frase. Tengo que confesar que ese paso inalterable y vacío, hasta me da cierta bronca y ganas de golpearle la cabeza y despertarla de aquella especie de trance. Otra de las cosas que logra este sistema es enfrentarnos unos a otros ante la menor fragua en relación a la estética y el quiebre de las prácticas legítimas, como si, de alguna forma, sin necesidad de expresarlo, los ideales del darwinismo social estuviesen siempre presentes.

No se me ocurre pensar si tiene familia o alguien que pueda preocuparse por ella, por un momento se me ocurre que es simplemente el producto de algún tipo de esquizofrenia (como si ello cambiara algo). Desaparece en el vagón de adelante. En el interín aparece un ciego vendiendo carilinas. Éste tiene un modo extraño de parlamentar, exagerando las eses intermedias, eliminando las finales, y sobrepronunciando la ere. Veinte pessssssso. Su  parlamento es claramente un juego, a la vez que su estrategia -la contracara de la mujer-, posiblemente su ceguera lo haya acostumbrado a sobreponerse desde el nacimiento. Lo de la mujer podría ser circunstancial, producto de la crisis actual, vaya a saberse qué clase de pasado tuvo. 

Aparece nuevamente, su andar es veloz, mas rápido que el general de quienes piden limosna, Me pueden dar una moneda... Su mano estirada, más señalando el rumbo de su paso que cumpliendo la función proyectada. Quizá no soporte la verguenza, quizá realmente haya tenido un pasado burgués o de clase media y ahora se vea en una situación que jamás soñó. Pasa una cuarta y una quinta vez, sin cambiar un ápice la frase ni el tono de voz, es un canto repetido, automatizado, que la ayuda a no pensar pero que carece absolutamente de efecto. Es un ente al que nadie mira, podría ser un perro o una mosca y daría lo mismo. Yo subí en Núñez, posiblemente antes haya pasado algunas veces más. 

En Beccar se abren las puertas del tren, la veo salir y caminar por el anden, posiblemente haya tomado consciencia de que no ha recibido absolutamente nada (alcanzo a divisar el quiebre en la mirada disimulada hacia su mano, aún extendida, vacía) y tampoco vaya a recibir en lo que resta del trayecto hasta Tigre, menos en la vuelta hacia Retiro. Sus ojos se humedecen. Nadie más que yo parece percibirla. La anestesia posiblemente esté ligada a una cuestión estadística. Camina hacia el norte de la estación, hasta ubicarse por delante de la formación (tengo que apoyar la cabeza contra la ventana para no perderla de vista). Es temprano pero el sol ya brilla en su escalada produciendo unas sombras alargadas que se reflejan sobre las vías. Camina más aprisa, como si repentinamente se hubiera acordado de algo o tuviera un asunto pendiente. 

Las puertas del tren se cierran y una vez que alcanza cierta velocidad -haciendo su marcha irreversible-, la veo hacer uso de unas fuerzas -quizá las últimas que le restan- que siquiera sospeché que tuviera, y balancear su cuerpo ínfimo hacia adelante.