De Un porvenir (Novela)
Era el mes de Abril y estaba cálido,
pero el temblor de su cuerpo le impedía distinguir el frío del calor. La sangre
le chorreaba por la cabeza, caminaba con esa sensación del que no terminan de
cerrarle las ideas, ¡qué carajo había pasado! por qué se encontraba así. Sintió
el peso duro del cristal en su nuca, un golpe seco, tac y acto seguido el
sonido de los cristales quebrándose. Frente suyo lo tenía a él mirándolo, sin
sentido, rencoroso. ¡Qué mierda! Por una puta pelea tanto escándalo. Ni siquiera
había salido de la casa pero ahora iba de cuarto en cuarto sin saber bien qué
hacer o a quién quejarse. Escuchaba sonar esos acordes, como un goteo psicodélico
que se desparramaba por todas partes. El Maravilloso Hagler había ganado la
pelea, se había recluido en un hotelucho de mala muerte en Masachussets mientras
las cámaras se posaban sobre Hearns en Las Vegas que venía de derrotar a Ray
Sugar Leonard y a Mano de piedra Durán.
Pero él se había quedado callado, sin
decir nada, bueno, cortamos, que la mire. Debió haber intuido su
disconformidad, se le podían criticar muchas cosas, su adicción a la heroína, el
cortejo a la mujer de su amigo con quien tuvo tres hijos, o por robarle las
canciones a Taylor, pero nada en cuanto al trabajo. Se recluía dos, tres, cinco
días, sin salir y sin comer, sosteniéndose con lo que sea, lo necesario hasta
terminar los discos.
Hacía dos días que se encontraban recluidos
como si el mundo se estuviera destruyendo, dos días que no paraban de probar y
ensayar acordes, los mismos que sentía ahora, que su cabeza le daba vueltas y la
sangre le bajaba por el cuero cabelludo mezclándose entre sus pelos. La guerra
había terminado, había pensado en ese nombre para una canción, de la misma
forma que todas las canciones que inspiraba pero que no tomaban en cuenta. La guerra
da para pensar, para jugar con los sentidos ¡Qué carajo se le había cruzado por
la cabeza! Estaba más loco de lo que creía. Sintió el botellazo directo en su
cráneo, ni siquiera pudo prepararse para el golpe. Yo quiero ver la pelea, dijo,
necesito parar, y el resto estuvo de acuerdo en hacer una pausa, venían promocionando
esa pelea desde hace meses como dos cruceros en alta mar destinados a cruzarse y
todos estaban cansados. Dos días de encierro e incomunicación, a Richards no le
había quedado más que aceptar, que mire la
pelea si tanto jode, pero le había devuelto esa mirada sucia, rencorosa, bajo
la que se intuía el disgusto.
Y entonces sentía esos acordes sonar,
en el cuarto de Jagger, ¡miren! les dijo, mostrándole la sangre, ¡miren lo que
me hizo el desgraciado! El mareo aumentaba y el mundo era como estar en una
calesita que no podía parar, y le costaba sostenerse. ¡Miren lo que me hizo ese
hijo de puta! Pero Jagger y Watts estaban demasiado concentrados en los acordes,
escucha, te gusta, le preguntaban mientras él intentaba hacerles entender la
gravedad del asunto, su cabeza sangrante y el mundo dando vueltas a su
alrededor, mira, Ronnie, ¿te gusta? Y
se reían a carcajadas mientras tomaban de la botella de whisky, la misma
botella que minutos antes Richards le incrustaba en la cabeza sin ningún
motivo, o sí, por haber detenido la grabación.
Ok, está bien, que mire la pelea, dijo si tanto jode, y se hizo ese silencio incómodo a partir del que
todos intuían que no estaba todo bien. Pero estaban cansados y querían un
descanso. Y así había esperado, paciente,
agarrándose de a ratos la cabeza o introduciendo el dedo índice entre su cabellera
mientras jugaba con un mechón que enlazaba en el dedo, mientras Ron Wood miraba
esa Guerra que venían promocionando desde hacía tiempo, entre dos negros
destinados a destruirse -como no podía ser de otra manera- preparados para dar el
show y matarse arriba del ring, el único lugar que se le permite a un negro
darle una paliza a otro ser humano. Una guerra que duró sólo tres rounds, que
no tuvo desperdicio y que terminó por KO. ¿Estás
contento ahora? le dijo, ¿estás
contento ya? sin dejar de enredar el índice como una batidora entre los
pelos revoltosos. ¿Satisfecho? O imaginó
esas frases que ni siquiera hubiera tenido tiempo de responder, porque en
cuanto se dio vuelta sintió ese golpe seco que se le incrustaba en la nuca sin
mediar palabra y el sonido de los cristales quebrarse y entonces la sangre
comenzó a brotar de su cráneo, sin entender siquiera lo que había pasado. ¡Miren!
Gritaba, ¡miren! Tomándose la cabeza, intentando llamar la atención.
Pero Charlie y Mick estaban
concentrados sobre los acordes, posiblemente Treat me Like a Fool, o Dirty Work
o quién sabe, y lo único que querían era saber si sonaban bien, si servían para
una canción, pero a él le importaban un carajo los acordes, el mundo le daba vueltas,
más por la incomprensión que porque se estuviera muriendo. La guerra había terminado,
en tres rounds, y él había quedado sangrante, peor que Hearns y que Hagler.