martes, 6 de septiembre de 2016

Galatea

Pigmalión eligió el hueso más grande y homogéneo, lo movía una premonición. Llevó el hueso de inmediato a su taller para poder admirarlo. Se había propuesto hacer la más perfecta de sus esculturas, de aquel bloque debía surgir la mujer más hermosa que se hubiera visto. 

Pigmalión, ayudado por Hefesto, hizo forjar el juego de cinceles más precisos que se viera en todo el Mediterráneo. Pasó sin dormir semanas enteras, primero observando el bloque, buscando en silencio las formas que éste develaba. Sus golpes debían adivinar lo preexistente, encontrar la razón que escondía. Trabajó día y noche, y cuando Morfeo apenas lograba tomarlo entre sus brazos por algunas horas, sus sueños eran la excusa para depurar sus formas. 

Pigmalión rechazó infinitas mujeres que rogaban sus favores. Ninguna rozaba siquiera la belleza que escondía un solo grano de marfil de su escultura, a la que había decidido nombrar Galatea en honor a la nereida. Su cabello sería lacio y llegaría casi hasta la cintura. Sus ojos podrían adivinarse negros y oscuros, su busto y su cintura tan simétricas que despertarían la envidia de Némesis. Sus piernas fuertes, musculosas, desembocando en unos tobillos delgados seguidos por sus pies perfectos.

Pigmalión rezó sobre los pies de Afrodita, vertió infinidad de lágrimas, sus ruegos a la diosa provocaron la burla general. Con cada día que se sucedía su deseo se acrecentaba. Afrodita lo vio sufrir frente a Galatea, observó sus labios apoyados en el frío marfil buscando un calor que aún no existía. Lo vio pasar sus noches admirándola, tanto que se apiadó de él. Sus rezos comenzaron a hacer efecto provocando la sonrisa de la diosa, que hizo elevar tres veces el tamaño de la llama del altar que él había construido en su honor. 

Pigmalión eligió la época en que las Pléyades se ponían a medianoche. La luna estaba llena, también a punto de retirarse. Afrodita esperaba paciente, ansiosa por dar aquella sorpresa. El Rey de Chipre no supo leer los signos que le daba la mujer de Zeus. Buscó una masa, la que tenía la cabeza más ancha y poderosa. Sus brazos se hincharon y sus venas se llenaron de sangre. Desde su taller se escucharon los golpes secos, el sonido cruento del hierro incrustándose en el marfil. De su obra no quedaron rastros. 

Pigmalión siquiera se enteró de los designios que Afrodita le tenía reservado y la diosa prefirió nunca revelar sus intenciones. Galatea fue cubierta por el polvo y luego por la tierra húmeda de su jardín en Chipre donde sus pedazos descansan desperdigados. 

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