miércoles, 19 de octubre de 2016

Un sueño, los dueños, el fin. El deseo no tiene objeto. El deseo del deseo. La falta y el Otro. El sujeto barrado. Los hermafroditas de Aristófanes. No sé qué me pasa... La angustia y la lluvia que no para. El amor que no basta. La plata que no alcanza. Las nubes, no llego... La dialéctica. El amo y el esclavo. El amante. La castración y los complejos. La lluvia que no para. Nunca. El vacío, las decisiones. El absoluto y el absurdo. ¿Soy linda? Abraham y su hijo rumbo a Moriah. Es la vida que no alcanza, ni la plata. El tiempo. No llego, no llego, no llego... El bono de fin de año y las erecciones. Las elecciones. El deseo y la castración. La fe. El salto al vacío. Las decisiones y las maldiciones del mal tiempo. El Edipo, los oráculos, la verdad. La angustia. El amo y el esclavo. La VERDAD. Vengo a proponerles... El banquete. El amor y la persecución infinita. Las decisiones. La flor de Lirolay. La fantasía de cierre, llegar a fin de mes. Las indecisiones. Dos mil pesos. Los servicios. ¿Te parezco linda? El bono, los bonos. El salto. I have a... Ni una menos. Las garantías. ¡Sos re linda! El deseo y el absoluto. El absurdo y los abusos. Los absurdos, los mitos. El falo. La comunicación y la caverna. La mediación. No me importa. La relación sexual no existe. Sobrevivir. No soy linda, ¡soy buena! Los códigos de barras. Los barras y el deseo. La comunicación tampoco. Ser o no ser. TODO PASA. Grondona y el fútbol. Maradona. Es lo que hay. La ceguera, los deseos. Te quiero, no te quiero. Tener o no tener. La lectura y el infinito. ¡Te quiero! Fútbol para todos. La mala fe, la forclusión y el engaño. Ser inmortal. ¡O para nadie! Los andróginos. La pelota no se mancha. Ya no puedo verte. Las elecciones, las erecciones. ¡Nunca más! En el principio se pacta el final. Un sueño, los dueños. El FIN.    

sábado, 8 de octubre de 2016

Durmiente



Descansa. Su rostro mantiene un gesto apacible, gozoso. Su tórax se eleva de cuando en cuando. El durmiente. Nadie podría decir que sufre. Quizás se sueñe poderoso, dueño de un reino o una mansión. Su torso desnudo, sus pies negros. Sus pantalones acariciando el suelo de baldosas, pegado al cordón. 

La catedral es inmensa, sus cúpulas monumentales -como todo en Brasil-. De un estilo gótico, anacrónico, con sus dos torres de casi cien metros de altura y una cúpula de un tamaño descomunal. Frente a ella un grupo de católicos se persigna, veinte, treinta personas, portando remeras de un anaranjado fluorescente que los identifica. A Igreja de Nossa Senhora... llevan inscrito a la altura del pecho en letras negras. Están alegres, victoriosos, como si el trayecto hasta semejante monumento hubiese sido arduo, quizás una deuda pendiente o una promesa. Vienen desde el interior, alguna ciudad alejada, puede adivinarse. Todos muy católicos, orgullosos de serlo. La catedral estoica, bajo un cielo limpio, celeste, que los envuelve. El cielo cálido.

Nadie lo mira, ni siquiera lo notan. Le pasan por al lado, lo rodean, lo saltan. Él duerme, apasible, con su gesto, soñando su grandeza, su mansión. Paseando entre sus habitaciones, su jardín de invierno, posando para Veja... Su tórax hinchándose a intervalos irregulares, curtido, las plantas de sus pies conteniendo toda la mugre de San Pablo. Nadie diría que sufre. No escucha el sonido de los colectivos, ni el griterío constante que rodea la plaza. Se encuentra ausente, las bocinas, los caños de escape, los silbatos de la policía ordenando el tránsito le son indiferentes. Es algo, una cosa apoyada contra el farol del alumbrado público, un adorno o una pieza más del acero que recubre la estructura de no hincharse y deshincharse cada tanto, si su carne fuese piedra. El asfalto como almohada. 

Los católicos se persignan una vez más, contentos por conocer la Catedral da Sé, dedicada a la virgen María, de la que tanto les han hablado. Su felicidad se manifiesta en un murmullo constante entre unos y otros, y en sus sonrisas. Los miro, recorro sus rostros, uno a uno, felices, algunos me ven pero ninguno sostiene la mirada. Absortos, su atención no da para otra cosa. El éxtasis frente a la catedral es inmenso. El viaje valió la pena, a Catedral da Sé... él duerme.

lunes, 3 de octubre de 2016

Distopías







Ciudades arrasadas, cielos electrificados y oscuros donde ya no se ve el sol. Desiertos infinitos o inframundos subacuáticos. Incertidumbre, mutantes sobrevolando y controlando espacios inhabitables para el hombre. Gases liberados, el monóxido, el oxígeno a precio vil.

Posiblemente las distopías sean el signo del contraste entre el deseo y el goce, el discurso que habilita la armonía, fantasía de cierre, la eliminación de "las grietas" y la acción que profundiza este destino certero. Máquinas, terroristas, salvajes, bárbaros y hasta piqueteros y choriplaneros. El Otro es siempre responsable de un mundo que no pudo ser.

El Uno funciona como aquello incuestionable, el padre, el gran Otro, etc., que siempre actúa al margen de la ley y quién la sienta. El que organiza el juego, y permanece por fuera, al mismo tiempo que borra las huellas de su interferencia. Nadie diría que participa, más bien es un fantasma aislado al que se suplica en busca de orden o por necesidad.

Las distopías causan cierta fascinación, funcionan como ese lugar indescriptible en el que nada puede nombrarse porque nada existe, al que se mira desde lejos, y al igual que el resto de las utopías, su destino sería nunca realizarse. Su imagen es tan certera como abstracta, sus causas son tan ciertas como contradictorias, si sabemos que el sistema desemboca en ese lugar, aquello forma parte de un destino inevitable. Por el contrario, al bárbaro, al salvaje -paradójicamente su acción es decisiva y contingente- mejor exterminarlo antes que provoque daños irremediables.

Las distopías funcionan a la vez como advertencia, su incertidumbre es la medida de todas las aprehensiones, sirven para no pensar, para accionar una conciencia falsa que aniquila lo que se interpone en su paso. Para dejarnos satisfechos frente a lo imposible. La distopía es el destino voraz que se realiza en su negación, que advierte y conduce a lo inevitable. Es nuestra forma de compararnos y solidarizarnos con un otro falso que nos consume y se consume en cada acto. Es nuestro reto, modelo ideal, lugar de identificación. Es la promesa de lo infinito, nuestra vida en el más allá, al mismo tiempo que el ahora más que nunca. Es el hedonismo que se realiza en el instante, el dios ha muerto que revive a un dios inalcanzable que presiona hasta desmembrar.

Es la memoria fraccionada que regresa incompleta, el pasado que induce a un presente que niega el tiempo. Es el cuerpo perfecto frente a la máquina, el reverdecer frente a la putrefacción, lo artesanal junto a la inteligencia artificial (IA), el eterno retorno producto de la informática. Es el imposible como acción destinada a desgranarse. Es el destino de la técnica ocupando el lugar de un dios plenipotenciario decidido a acabar con la humanidad, son a la vez los deseos de redención.

La temporalidad es el punto de aniquilación del presente. La ciencia no piensa, dijo Heiddegger hace más de medio siglo. La distopía es la realización fallida de todas las fantasías de la técnica.