domingo, 15 de enero de 2017

Cigarrillo

-¿Qué tango es?- pregunta. 

Más de uno se da vuelta al verlo entrar. Su rostro es alargado y una infinidad de arrugas -firmes, rígidas, casi eternas-, lo cruzan íntegro. Es difícil imaginar aquel rostro sin arrugas, es como si hubiera nacido con éstas. Su dureza aparente contrasta con un gesto blando y tierno que surge esporádico.

-¡Qué elegante!- le dice Patricia. Tiene una camisa celeste, con varios pliegues, metida adentro del pantalón. Es delgado, mide alrededor de un metro setenta y más allá de sus setenta y largos años sus movimientos son tan dinámicos como los de un joven.
-¿Qué tango es?- vuelve a preguntar, sin dar importancia al comentario. 
-El segundo recién- responde Patricia -¿qué tal lo pasaste en las fiestas?-.
-No hice nada- cambia el gesto, mira hacia el suelo y levanta las cejas. Sus ojos son cenicientos, algo melancólicos. -Me tomé una pastilla y me fui a dormir-. Se hace un silencio incómodo, dura dos o tres segundos. Patricia quiere preguntar pero se siente incómoda -hace poco se murió mi mamá- responde él sin esperar y se adelanta hacia el salón.

Camina hasta su mesa, frente a la pista. Lo saludan, se alegran de verlo. El Flaco es conocido en el ámbito milonguero. Pasa una tanda, la siguiente. La noche se alarga, su copa se llena varias veces. Sus pómulos se van enrojeciendo y su vida entera se cuela en cada tango. 

-¿No bailas?- pregunta Tito, uno de sus compañeros de mesa. 
-Sólo bailo para olvidar- responde. 

Lo miran desconcertados y se entrecruzan miradas. Su hermano hace un gesto cómplice con el resto, llevándose el dedo a la cien. -¡A éste que le pasa!-. Todos se ríen.

Los recuerdos lo envuelven; una cárcel, París, su juventud, una Buenos Aires que ya no existe, una mujer... principalmente una mujer. Vuelve a llenar su copa, vacias veces. Deja pasar la tanda de Di Sarli, vuelven a mirarlo, extrañados, pero ya no preguntan. Luego la de Lomuto. No hay caso, murmura y camina hasta el baño. Mientras atraviesa el pasillo choca con la moza a la que casi hace perder el equilibrio y tirar lo que lleva en en la bandeja. 

-Piba hay que mirar- le dice a lo que ella le devuelve una mirada desconcertada. Si fuiste vos quién me llevó puesta. Ella lo piensa, pero se aguanta.


Prende un cigarrillo mientras se mira al espejo. ¡La próxima te echo! Daniel ya le adviertió varias veces, pero no le importa. Podría salir a fumar afuera, pero prefiere hacerlo en el baño. A lo mejor sea la conexión con el espejo mientras fuma lo que le atrae. Se mira vacias veces. Si sos un pibe, murmura. No puede dejar de pensarla. 

Entra alguien, se para frente al mingitorio.

-¿Qué tango es?- pregunta.
-El segundo, creo-.
-Al final siempre es el mismo tango- responde. 
-¿Te pasa algo Flaco, te noto apagado?-.
-Es el recuerdo que no me deja en paz-. Lo dice medio jugando, es un decir acompasado, casi tanguero. 
-¿Qué recuerdo?-.
-No importa, olvidate-. El otro lo mira, sin decir nada, mientras se arregla el cierre del pantalón. 


Recuerda el último tango que bailaron, su mano acariciando su espalda, sus ojos felices, mientras sus miradas se cruzaban. Su pelo cayendo sobre sus hombros, su sonrisa, sus dientes. Siempre sus dientes, había algo en esos dientes que lo atraían. Pasa su mano por la nariz y prende otro cigarrillo, casi por inercia. Ricardo puede abrir la puerta del baño en cualquier momento, la última vez se puso hecho un loco. ¡Te vas! escucha esa voz que le dice, no te podes quedar acá. Escucha cientos de voces en su cabeza. 

Una vez más aquel rostro, ya no lo aguanta, no sabe qué hacer. El espejo le devuelve algo que nunca vio. Un reflejo en sus ojos o una arruga nueva. Ni siquiera puede descubrir lo qué es, pero no lo había visto antes. Se amarga, echa un suspiro.

-El último- dice en voz alta, mientras prende un nuevo cigarrillo. Hace un gesto con el brazo, intentando espantar el recuerdo junto con el humo. Vuelve a rozar su nariz, casi al mismo tiempo que entra Ricardo hecho una furia. 

-¡Qué hiciste, carajo!- le dice, amenazante. -¡Te rajás ya de acá! 
-Está bien, está bien- responde, tranquilo -no te preocupés, me voy. No se puede fumar-. 
-¡Fumar un carajo!- le dice Ricardo, con la cara encendida, escupiendo fuego. -Eso es lo de menos, ahora sí te la mandaste Flaco ¡dónde carajo te pensás que estás!-.

Salen de baño y camina por el pasillo, lento, hacia la salida. Siempre delante de Ricardo que le sigue los pasos como un custodio o un guardiacárcel. Vuelve a pensar en la cárcel, y en la policía parisina, apresándolo. Los milongueros lo ven pasar con cierto pesar. A la vez con cierta resignación. 

El tiempo transcurre lento, el pasillo hacia la salida se hace eterno. Una hora, quizás dos o tres. Todos en la milonga lo miran. 

-¿Qué hiciste flaco?-. Lo interpela su hermano, que deja plantada a su pareja en la pista y viene a su encuentro. Su hermano no es de perderse un tango, menos de abandonar a alguien en la pista. -¿Qué cagada te mandaste?-.
-Nada, el cigarrillo-.
-¡Qué cigarrillo! No te hagas conmigo que te doy vuelta la cara de un sopapo-.
-Tranquilo, ¿Qué tango es?- pregunta. 
-El segundo- le responde su hermano.
-Ves, siempre es el mismo- le dice, dándose vuelta, a Ricardo -es el segundo-. 
-Vamos, afuera- responde éste, implacable -no te quiero ver más-. 

Al pasar por delante de su mesa, sus compañeros lo saludan tímidamente. Te la mandaste, le dicen, ciertamente no le dicen, pero se les nota en las miradas. Suena Fresedo, Vida mía. Intenta detenerse a escuchar los primeros compases, quiere llegar a la letra, pero siente el aliento de Ricardo en su nuca. 

-¡Vamos, rajá!-. 

Afuera prende un último cigarrillo. Mira el reloj, apenas marca las doce. Su cuerpo se templa, sus arrugas tan firmes lo asemejan a una estatua, sin embargo su cabeza se arremolina, su recuerdo entero está a punto de ocupar todo su cerebro. Si no bailo me muero, piensa. Una detonación del tamaño de Hiroshima, rojiza y en forma de hongo, cubriéndolo todo, se le cruza efímera frente a sus ojos. 

-¿Lo de Celia está abierto?- pregunta al cuidacoches. 
-Creo que sí, te vas temprano Flaco hoy-.
-No me voy, me echan- responde.
-Qué pasó, ¿te agarraron fumando?- pregunta el otro, anticipándose.

Pero él no responde y camina lento hacia Humberto I con el cigarrillo en la mano.

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