lunes, 6 de febrero de 2017

Suerte


-Te mereces todo lo bueno que te pase y más- le digo al escuchar sus palabras. Está sentada mirándome, con esos ojos negros en una de las sillas del comedor. Me detengo en sus pupilas, pueden dilatarse y contraerse en cuestión de segundos.
-Y sí, me considero una persona con suerte-. 

Diez minutos atrás me cuenta los episodios más negros que puede vivir una persona, desde la entrada en un coma que le duró una semana hasta un disparo de su propio padre que le rozó la cabeza. 

-Mi viejo tomaba y le pegaba a mi vieja- dice -yo me quise interponer y por poco me mata-. Aún así se considera afortunada, y eso me conmueve. Entonces se lo digo y me arrodillo a sus pies. La miro fijo, desde abajo, tomándole la mano. Se sorprende, apenas me conoce.

-Estás loco- dice, abriendo los ojos, sin terminar de comprender. Sus pupilas vuelven a dilatarse. -Me desconcertás-.
-No te preocupes- le digo -es la escena de un cuento de Carver, alguna vez quería reproducirla-. 

Por mi cabeza pasan infinidad de imágenes, pero se queda aquella, él arrodillado frente a su exmujer, tomándole el vestido, o la blusa, ya no recuerdo, rozándola entre su dedo índice y el pulgar, con su mirada atenta, compadeciente. Sin decir nada. `Vamos, ya está, te perdono, le dice, ella, vamos, ya, levántate`. Algo en todo eso me parece asombroso, al igual que su optimismo, tan ajeno a todo lo que conocí hasta ahora. 

-Yo los perdoné- dice, -y eso me permitió ser feliz, me trajo paz-. 

Se hace un silencio. Continúo así, con mi rostro a la altura de sus rodillas, mi cara casi metida entre sus piernas. Tiene unas unas piernas hermosas, largas y musculosas, color café. 

-Bueno, estoy un poco loco, ya lo sabés- le digo -y vos tampoco estás tan cuerda...-.
-No, ya lo sé-. 

Me río, ella también se ríe. Me sigue mirando con sus ojos negros, siempre negros. Los abre, enormes, y se ven aún más negros, enmarcados por sus cabellos. 

-Sí, tengo suerte- repite- tengo suerte ¿y qué?-.
-¡Qué suerte!- le digo, siempre con mi cabeza metida entre sus piernas, acariciando su vestido y mirándola desde abajo. Me recuerda a Mónica Bellucci.
-¿Qué cosa?- pregunta.
-Eso, pensar así, quizás sea ahí donde empieza la suerte-. 

Vuelve a abrir sus ojos, intensos. Tiene un lunar justo encima del ojo izquierdo, entre el ojo y la ceja. Creo que no me entiende, sin embargo sonríe, y me muestra unos dientes algo desordenados. 

-Me desconcertás- repite.
-Ya te dije, es solo una escena de Carver-.
-¿Quién es Carver?- pregunta, con algo de vergüenza. 
-Un escritor norteamericano, de la generación Beat-.
-Ah- dice, sin animarse a preguntar más. Junta sus manos y las pone sobre mi cabeza, con cierta aprehensión. La escena se parece aún más a la del relato. -Soy algo bruta, no leí mucho, no tanto como vos-.

Se hace otro silencio. Ambos nos miramos, yo siempre desde abajo. Mi mente se abre el mil direcciones, intento evitarlo. Apoyo mis manos sobre sus rodillas, con mi dedo índice recorro una cicatriz que se extiende hacia su tibia. Hace un gesto con la boca, mordiéndose el labio inferior.

-¿Y qué pasa?- pregunta con cierta ingenuidad. 
-¿Qué pasa dónde?-.
-En la escena, después...-.
-No mucho- respondo -nada importante-. Pienso en aquel instante eterno, un estado de cosas que no puede cambiar. Ellos siempre en la misma situación, no importa cuán lejos estén o cuánto tiempo pase. -O sí, quizá la escena resuma todo el cuento- le digo -toda la relación entre ambos. Una relación eterna, no importa dónde estén cuando se encuentran todo continúa en el mismo lugar-. 
-Eterna- repite y hace nuevamente aquel gesto con el labio. 
-Hermoso-.
-¿Qué cosa?- dice.
-Ese gesto que haces, te hace aún más hermosa-. Sonríe y su piel se tiñe de rojo.

Vuelvo a rozar su cicatriz. Puedo sentir el relieve de su piel bajo mi dedo. 

-Un accidente- dice, sin que le pregunte nada. -Un accidente en moto, cuando era chica, con mi mejor amigo-. Un viento frío se filtra por el ventanal, sus cabellos alcanzan a elevarse levemente. Pienso en la suerte, y en que debería estar en otro lugar. -Salimos volando, los dos-. Puedo imaginármela, saliendo despedida de la moto. -Me llevaron al hospital, y a él...-. 

Se queda callada, no dice más nada y prefiero no preguntar. 

-¿Qué pensás?- pregunta unos segundos después.
-Nada-. 
-¿Alguna vez me vas a decir lo que pensás?-. Miro sus ojos, cambian de aquel negro intenso al color miel con facilidad. Guardan cierta ingenuidad. Quizás sea eso lo que le permite sobrellevar toda su carga.
-Alguna vez- respondo. 

Mi respuesta no le alcanza. Hace otro gesto, esta vez levanta las cejas, desvía su mirada por la ventana y echa un suspiro. Luego apoya sus manos nuevamente en mi cabeza y la rodea bajando hasta mi rostro. Acaricia mis mejillas, me toma del mentón y me hace mirarla. 

-Parezco, pero no soy- dice, con voz suave, apenas perceptible. 
-¿Qué?-.
-No te hagas- y repite lo mismo. -Parezco, pero no soy-.

El viento hace que sus cabellos vuelen una vez más, y se posen sobre su rostro, enmarcando sus ojos, que vuelven a aquel negro intenso primigenio. Es muy hermosa, pienso.

-La suerte la genera uno- me dice, siempre suave. Su iris se dilata y descubro una profundidad que antes no había notado. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario