miércoles, 3 de mayo de 2017

mompiche




...lo que necesitamos para comprender un suceso particular,
 un rito, una costumbre, una idea o cualquier otra cosa,
 se insinúa como información de fondo...
C. Geertz.



En los pueblos surfistas, sobretodo en los pequeños como Mompiche, se entreteje una especie de código que en todo momento sobrevuela el ambiente. No es necesariamente oculto, tampoco es secreto, por lo menos no existe esa intencionalidad. Sin embargo, se hace imposible descifrar para quienes no están al tanto de eso, que más que un deporte, para esta gente es un estilo de vida. 

Una cosa es conocer la lengua y otra poder conversar, decía el etnógrafo Clifford Geertz, y en Mompiche sucede algo parecido, hay un sobreentendimiento, un código que al foráneo le falta. Repentinamente la vida del pueblo cambia, si uno es suficientemente perspicaz puede observar a sus habitantes caminando descarriados, como lobos sueltos, perdidos, mirando la luna y buscando comida. Los ojos se dilatan, las miradas se vuelven abstractas, como si no pudieran fijarse en ningún punto. Los diálogos se pierden, los mismos quienes anteriormente se extendían en interminables diálogos -principalmente con las turistas-, pierden el habla y se mantienen callados, como expectantes. Los cuerpos se mueven como zombies desperdigados por un pueblo que se vuelve oscuro, las calles de tierra se vacían y a las diez de la noche se transforma en un páramo. 

Esto al turista le llama la atención, puede observar que la vida del pueblo ha cambiado drásticamente, sin embargo, no termina de comprenderlo. Esto tiene una explicación que él desconoce. La luna llena puede coincidir, dada su relación con las mareas, pero no es determinante. Sucede ante un alerta de Swell: el surfista debe estar en forma para tomar la primera ola, esa que crece limpia cuando el mar aún está glass, cuando la superficie brilla lisa como un mosaico. Esta es su meta, la comida del lobo. Entonces se vuelve un autómata y en su mente no hay lugar para otra cosa: la primera ola.

Por lo que algunos viajeros llegan y otros se van, admiran las playas y el paisaje, incluso el escaso desarrollo físico del pueblo -en general construcciones con estructura de bamboo-, y apenas sienten esa percepción extraña, silenciosa, de que algo hay por ahí, latente, moviéndose debajo de la superficie, como si a uno le picara la pierna o la mano sin encontrar explicación, hasta que se van y la picazón se acaba inexplicablemente. Pero nunca terminan de comprender de qué se trata, aunque en algún lugar, consciente o inconcientemente, se aloje aquello como interrogante, ¿por qué me picaba la pierna...? como si hubiera dos dimensiones, dos formas de acceder a eso que puede ser un lugar vistoso, con lindas playas y paisajes, o algo más... En eso radica poder distinguir un guiño de un tic.

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